Están siempre ahí, aunque no siempre se les ve. Hacen un trabajo callado, que no en todas las ocasiones es reconocido como se debería por el resto de la sociedad, pero que es eficaz y solvente. La Constitución les encarga la misión de garantizar la soberanía e independencia de España, defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional. La realidad es que superan con creces esos cometidos.

Las Fuerzas Armadas se han convertido en un resorte imprescindible para el Estado cuando las cosas no van como deberían. Cuando los acontecimientos externos ponen en complicaciones a los ciudadanos y sus gobiernos. Los últimos doce meses han sido una demostración indudable de que cuando las cosas se ponen difíciles ahí están los militares para dar la cara y volcarse en que las cosas salgan bien.

2021 ha sido especialmente complicado. No habían pasado los primeros diez días del año cuando los militares tuvieron que salir a la calle para apoyar a la ciudadanía contra los efectos de la borrasca Filomena, que cubrió de nieve buena parte de la meseta ibérica. Tiraron de pico y pala para quitar la nieve que impidió que grandes urbes como Madrid o pueblos mucho más pequeños pudieran funcionar con normalidad.

«La primera noche fue muy complicada. Nos costaba llegar a los sitios. Rescatamos a muchas personas atrapadas en sus vehículos con niños pequeños, sin gasolina, que no tenía cómo calentar el vehículo. No hubo una gran emergencia, pero cada caso era importante», recuerda en conversación con Libertad Digital el comandante Manuel Zarazaga, jefe de la Plana Mayor del I Batallón de la UME, que estuvo en aquellos días en el centro coordinador.

La borrasca acabó, pero no su lucha en primera línea contra la pandemia. Participaron en el transporte aéreo de las vacunas, en la inoculación de las mismas a los olímpicos de los Juegos de Tokio, en el rastreo de los contagios para las comunidades autónomas, y tuvieron que desplegarse en la frontera de Ceuta para evitar un drama humanitario provocado por la avalancha de inmigrantes lanzados por Marruecos para chantajear al Gobierno español.

A mediados de verano, en pleno mes de agosto, se enfrentaron a una verdadera prueba de fuego. La caída del Gobierno de Afganistán y la toma del poder por parte de los talibanes obligó a las Fuerzas Armadas a diseñar y ejecutar en cuestión de días una de las mayores operaciones de evacuación de su historia reciente. Una nueva historia de éxito que acabó con casi 2.000 personas rescatadas en menos de una semana.

«Tanto a nivel personal como a nivel profesional fue una de las misiones más gratificante que he podido realizar. El resultado es ofrecer una nueva vida a un número importante de familias que si se hubieran quedado en el país no hubieran tenido las mismas posibilidades. Estoy orgullosa de haber podido participar y ayudar», explica a este periódico la capitán María Jesús Peláez, que ostenta el hito de ser la primera mujer en pilotar un avión de transporte A-400M.

Recién condecorada con la medalla al mérito militar con distintivo rojo, rememora que «fuimos sin saber muy bien a lo que íbamos. Lo único que sabíamos de la situación era lo que aparecía en la prensa. Tienes la incertidumbre de no saber lo que te vas a encontrar, puede generar incluso un poco de temor, pero no hubo ninguna situación en la que pasásemos miedo. Al final, estás trabajando en unos escenarios en los que sabes que hay riesgo, pero que forma parte de tu trabajo».

«Recuerdo especialmente la primera rotación que hicimos. Ver a esas familias entrando al avión sin nada, sin ningún tipo de equipaje, con cara de llevar varios días intentando acceder al aeropuerto, para irse a un país desconocido, del que muchos de ellos no hablan ni el idioma, pues te sobrecoge. A mí se me escapó alguna lagrima al ver la situación«, recuerda la piloto y capitán del Aire.

Marcado por esos días en Afganistán también ha quedado Alfonso Álvarez Planelles, coronel del Ejército de Tierra y jefe del operativo de rescate: «Esta misión ha destacado sobre todo por su intensidad. El tiempo que he pasado allí se hacía eterno, porque hacías mil cosas y seguía habiendo más cosas que hacer y el tiempo seguía pasando. Se hizo muy intenso. El ver a todos los afganos sufriendo, gente que quería ingresar en la base con nuestra ayuda, es algo que no habíamos vivido anteriormente».

«Ha habido muchos momentos emotivos. Ver a niños sufriendo, deshidratados… El atentado de los americanos justo en el momento en el que estábamos embarcando a nuestros últimos pasajeros, mientras veías pasar por detrás a los estadounidenses heridos y muertos en el atentado… Fue muy duro, habíamos estado con ellos en las puertas y realmente fue una experiencia terrible», continúa.

«Inicialmente la misión era hacer un transporte de personal, pensábamos que tendríamos a la gente preparada en el aeropuerto, pero no fue así. La evolución de la misión hizo ir a las puertas, sacar a la gente de la masa inmensa que había, para introducirlos en la base y luego embarcarlos. Nunca pensamos que la misión pudiera fracasar. Confiábamos en nuestras posibilidades. Somos gente que nos preparamos bien para las misiones y creo que íbamos bien preparados», concluye.

Sin tregua, la erupción del volcán Cumbre Vieja en la isla canaria de La Palma ha obligado a las FAS a volver a entrar en acción en apoyo a la ciudadanía. Allí permanecerán todavía unas cuantas semanas más controlando la situación pese a que parece que la naturaleza ya ha declarado la tregua a la población local. Pero toca seguir controlando la emisión de gases, que podrían ser un serio peligro para los habitantes de la isla.

«Desde el inicio la constante que ha marcado la operación ha sido la incertidumbre. Teníamos un plan de contingencia sobre qué hacer en caso de erupción volcánica, pero estos fenómenos están vivos y no siguen una pauta lineal. En otras emergencias se tiene todo más claro, pero el hecho de que todo haya sido tan lento nos ha permitido ir adaptándonos», explica a LD el teniente coronel Alberto Gallego, Jefe del II Batallón de la UME.

«Hemos evacuado a unas 7.000 personas. La gente de La Palma se ha portado muy bien. Han tenido un comportamiento exquisito. Han tenido paciencia con los gases y con la ceniza. Alguien que lo ha perdido todo, aguantar viviendo fuera de su casa es duro, con la incertidumbre de no saber cuándo llegarán las ayudas o cuándo te van a dar una casa en la que poder rehacer tu vida», explica.

«Acompañar a los ciudadanos a sus casas a retirar los enseres fue muy duro. Llevamos un equipo de psicólogos, que trabajaban con las familias, para focalizarlos en qué es lo que debían llevarse y meter en los camiones. También para hacerles salir de la casa, porque muchos al volver a entrar para recoger sus enseres luego ya no querían irse», continúa.

«Otro momento emotivo fue cuando la colada de 20 metros se quedó parada frente a Todoque y luego volvió a arrancar. Las familias decían que lo estaban perdiendo todo, no solo sus casas, sino su pueblo, donde habían pasado su infancia, momentos importantes de su vida… Todo eso no va a volver. Se pueden comprar una tele pero no se puede recuperar la plaza de tu pueblo, que ahora está bajo varios metros de arena», concluye.

Nada hace indicar que las Fuerzas Armadas no continúen siendo un recurso esencial para el Estado durante el nuevo 2022. En estos momentos el Ministerio de Defensa vuelve a tener activos a 1.500 rastreadores militares para apoyar a las comunidades autónomas. De manera paralela, han activado a otros 600 efectivos para apoyar a los gobiernos regionales en una nueva campaña de vacunación contra el coronavirus.

Se utilizarán las instalaciones de los hospitales militares de Madrid y Zaragoza –el Gómez Ulla y el General de la Defensa, respectivamente–, pero también se están configurando 150 equipos móviles que podrán desplazarse a vacunar allí donde lo soliciten las comunidades autónomas. Las peticiones para la activación de estos equipos móviles de vacunación ya están llegando al Ministerio de Sanidad, intermediario entre Defensa y los gobiernos regionales.

*** Artículo publicado en Libertad Digital.com ***