29 de noviembre de 2003. Hace, exactamente, 15 años. Un grupo de ocho agentes del Centro Nacional de Inteligencia (CNI), los servicios secretos españoles, terminan de comer en un punto desconocido de Bagdad, la capital de Irak. El país se encuentra sumido en la anarquía tras la invasión de una coalición militar internacional liderada por Estados Unidos y Reino Unido, que ha hecho caer el tiránico régimen comandado por Sadam Huseim.

El reloj marca las 14:30 hora local. Son dos horas menos en España. Tras pasar la mañana visitando algunas instalaciones de la coalición internacional en la ciudad, es hora de retornar hasta Diwaniya y Nayaf, donde los militares españoles se encuentran desplegados en virtud de la resolución 1483 de las Naciones Unidas, que permite que fuerzas militares extranjeras contribuyan «a la estabilidad y seguridad de Irak» bajo la autoridad de los dos países anglosajones antes mencionados.

Los ocho agentes se distribuyen en dos vehículos. En el primero, un Nissan Patrol blanco, se suben el comandante Alberto Martínez, el comandante José Ramón Merino, el brigada José Lucas y el sargento primero Luis Ignacio Zanón. En el segundo, un Chevrolet Tahoe azul, suben el brigada Alfonso Vega, el comandante Carlos Baró, el comandante José Carlos Rodríguez y el sargento primero José Manuel Sánchez.

Los dos vehículos circulan por las calles de la capital iraquí hasta enlazar con la denominada «ruta Jackson«, una carretera secundaria que une Bagdad con Diwaniya y Nayaf atravesando numerosas poblaciones y aldeas. Discurre casi en paralelo a la autopista, que en esos momentos se encontraba cerrada al tráfico rodado. Con los depósitos de combustible al máximo para realizar las menos paradas posibles, llevan siempre a mano sus armas de dotación.

Los dos vehículos están en contacto a través de teléfonos vía satélite Thuraya. Se cercioran de que todo está en orden en el camino, pero también se van dando detalles de la situación y las zonas, así como algunos consejos. Cuatro de los agentes del CNI acababan de llegar al país para sustituir a los otros en sus labores. El grupo saliente, con mucha más experiencia sobre el terreno, estaba haciendo de «cicerone» para sus compañeros.

Exactamente, el comandante Merino y el brigada Lucas iban a sustituir al comandante Martínez y sargento primero Zanón en el destacamento de Nayaf, mientras que el comandante Rodríguez y el sargento primero Sánchez iban a relevar al comandante Baró y al brigada Vega en Diwaniya. Los sustitutos habían llegado el 26 de octubre y los sustituidos volvían a casa a finales de años.

Latifiya, en el Triángulo de la Muerte

La situación se complicó unos diez minutos después de pasar Mahmudiyah, una ciudad ubicada 40 kilómetros al sur de Bagdad, con una población estimada de 350.000 habitantes y donde había un puesto de la III Brigada del 505 Regimiento de la 82 División Aerotransportada estadounidense. Eran las 15:22 hora local y los dos vehículos habían reducido notablemente la velocidad para atravesar Latifiya, una pequeña población encuadrada en el denominado Triángulo de la Muerte.

Un Cadillac blanco con cinco ocupantes en su interior se sitúa detrás del último todoterreno español y empieza a disparar con fusiles de asalto AK-47. El vehículo del CNI acelera y adelanta al coche de sus compañeros para avisarlos del ataque, al tiempo que trata de situarse en posición de tiro lateral, pero no lo consigue. Los terroristas aceleran y adelantan por la izquierda al coche que inicialmente abría el convoy, abriendo fuego contra sus ocupantes.

Las ráfagas del Kalashnikov alcanzan de lleno en la cabeza al comandante Alberto Martínez, que va conduciendo el vehículo y pierde la vida en el acto. Lo mismo pasa con el brigada Lucas, que es alcanzado igualmente en la cabeza y queda gravemente herido. Los dos neumáticos del flanco izquierdo revientan por la acción de las balas y el Nissan Patrol blanco circula sin control hasta quedar parado en el arcén de la carretera.

El Cadillac de los terroristas continúa avanzando y, sin dejar de disparar en ningún momento, se coloca a la altura del otro vehículo de los agentes españoles. Las balas alcanzan al brigada Vega, conductor del vehículo, que muere en el acto. También al comandante Rodríguez, que recibe un impacto en el estómago. El Chevrolet Tahoe azúl continúa sin control, se sale de la carretera por el arcén y, tras bajar un pequeño terraplén, queda atrapado en una zona enfangada por el barro.

Una situación imposible

Son las 15:25 hora local, sólo han pasado tres minutos desde el inicio del ataque, y el convoy del CNI ya tiene dos víctimas mortales y dos agentes gravemente heridos. El comandante Merino mueve el cuerpo del comandante Martínez a la parte trasera del coche y, mientras él y el sargento primero Zanon devuelven el fuego con sus armas reglamentarias, conduce el Nissan Patrol con las ruedas pinchadas a la altura del Chevrolet Tahoe.

Zanon baja de su vehículo y se dirige al todoterreno azul donde contacta con el comandante Baró, mientras Merino sigue en el Patrol controlando el coche de los terroristas, que se detiene y se cruza en la carretera a unos centenares de metros. En esa pequeña tregua Baró intenta contactar con el CNI en Madrid a través de su teléfono vía satélite. Avisa de que están siendo atacados y pide apoyo, pero la comunicación se corta sin que pueda indicar dónde se encuentran.

Desde dos edificios cercanos se reanuda el ataque. Reciben fuego de fusiles, ametralladoras e, incluso, les lanzan varias granadas. Los cuatro espías del CNI responden como pueden al fuego con sus pistolas reglamentarias, mientras intentan mantener con vida a los dos heridos. Son las 15:32 hora local y Baró vuelve a contactar con el CNI en Madrid. Pide apoyo aéreo, informa del número de víctimas mortales pero la conexión vuelve a fallar cuando va a facilitar sus coordenadas.

Alertados de lo que está ocurriendo desde la Oficina Central de los servicios de inteligencia, en la Base España, el acuartelamiento español en Nayaf, envían varios helicópteros de apoyo, pero la misión es prácticamente imposible, ya que no tienen las coordenadas de los agentes españoles y tendrán que buscarlos barriendo toda la «ruta Jackson» kilómetro a kilómetro.

A las 15:42 hora local ya ha perdido también la vida el comandante Rodríguez y los agentes del CNI tratan de protegerse del fuego que llega desde la azotea de dos inmuebles. El comandante Merino evalúa la situación junto a los sargentos primero Zanon y Sánchez. A escasos metros, el comandante Baró responde a los disparos mientras trata de mantener con vida al otro agente del CNI que permanece con vida. Se decide que Sánchez vaya a buscar ayuda.

La última esperanza

Entre disparos, el sargento primero Sánchez cruza la carretera y avanza unos metros para tratar de acercarse a los vehículos que han parado en la vía –los que van circulando y se encuentran el tiroteo unos metros delante–. Mantiene su pistola-ametralladora en la mano, pero se da cuenta de que la misma se ha encasquillado. Necesita hacerse con un vehículo para poder solicitar ayuda. Los iraquíes que contemplan el terrorífico espectáculo reparan en su presencia y empiezan a rodearle.

La actitud de éstos evoluciona. Primero le arrancan un colgante de la virgen que lleva al cuello. Prosiguen con golpes por todo el cuerpo. Intentan inmovilizarle, atarle y meterle en el maletero de uno de los vehículos. Le arrebatan incluso el arma y llegan a apuntarle. Cuando todo parece perdido, un hombre delgado y bien vestido se acerca a él y le da un beso. Se trata de un notable de la zona. Un gesto árabe que denota amistad y apoyo. La turba se calma y le deja libre.

El sargento primero Sánchez consigue introducirse en un taxi con rumbo a alguna parte donde pedir ayuda. A los pocos minutos se cruza con un convoy de tres coches-patrulla de la policía de Latifiya. Les para y les explica la situación. Los agentes iraquíes lo introducen en uno de sus coches y lo llevan hacia su puesto de mando. En esos momentos él no lo sabía todavía, pero se acababa de convertir en el único superviviente del atentado contra el convoy de vehículos españoles.

Los siete espías españoles lucharon por sus vidas hasta que la munición que llevaban y el acierto de los terroristas les dejaron. Los conocidos como «héroes de Irak» apenas pudieron resistir media hora desde el inicio del ataque. El armamento del enemigo eran mucho más mortífero. Sus coches fueron quemados y sus cuerpos ultrajados por un turba enloquecida. Las imágenes de sus cadáveres dieron la vuelta al mundo captadas por la cadena británica Sky News, pero no fueron emitidas en España.

 

— Publicado originalmente en Libertad Digital.com