El 20 de septiembre de 1920 se alistaba en el banderín de enganche –centro de reclutamiento-de Ceuta el primer legionario español. Se llamaba Marcelo Villeval Gaitán, de 30 años de edad y natural de la propia ciudad norteafriacana. Los textos históricos dicen sobre él que era «de recia contextura, buena estatura, tez morena y voz cavernosa, como corresponde a un fiel discípulo de Baco».

Esa fecha –de la que este domingo se cumplen exactamente cien años– quedó fijada como el día de la fundación de la Legión. Y así fue por expreso deseo del fundador de la misma, que quería poner de manifiesto que lo verdaderamente importante en esta unidad eran los hombres que formaban parte de ella, y no los trámites administrativos que son necesarios para la creación de una nueva unidad militar dentro del Ejército.

La Legión, creada inicialmente con el nombre de Tercio de Extranjeros, fue la visión y proyecto de un joven oficial que había combatido en la guerra de Filipinas y cuyo prestigio en el ámbito militar se empezó a fraguar tras resistir con una treintena de soldados, de forma casi heroica, los ataques sin descanso de una fuerza de indígenas tagalos infinitamente mayor en la localidad filipina de San Rafael.

En aquellos combates comprendió el entonces teniente José Millán Astray que se hacía necesario que España contase con una unidad compuesta por militares profesionales, adiestrados en el arte de la guerra y las vicisitudes del combate, formación de la que carecían en aquellos años los soldados de reemplazo –provenían del reclutamiento obligatorio– que acudían al frente y que solo podían aportar, en el mejor de los casos, ilusión y valentía.

El oficial continuó desarrollando la idea. En 1919, ya con el empleo de comandante, diseñó y planificó cómo debía ser esa nueva unidad militar y se inspiró, principalmente, en la Legión Extranjera francesa, que había tenido un papel destacado en la Primera Guerra Mundial. Comenzó entonces a hacer partícipe de esta idea a los mandos con los que se relacionaba y su nuevo concepto empezó a correr como la pólvora por las altas esferas militares.

La idea terminó llegando a oídos del Rey de España, Alfonso XIII, en un momento en el que las tropas españolas llevaban varios años encadenando derrotas en el norte de Marruecos, donde los soldados de reemplazo no eran capaces de enfrentarse con garantías a unos rebeldes que conocían el terreno mucho mejor que ellos. El nacimiento de la Legión española empezaba a acercarse.

El sí de Alfonso XIII a la idea de Millán Astray

El 5 de septiembre de 1919, un Real Decreto firmado por el Monarca español enviaba en comisión de servicios al comandante Millán Astray a Argelia, con el objetivo de «estudiar el régimen y los fundamentos» del «Regimiento de la Legión Extranjera» francesa. A su vuelta, remitió un informe al Estado Mayor Central que fue reenviado al Alto Comisario en Marruecos, el general Dámaso Berenguer, que se mostró «ferviente partidario» de esos Tercios Extranjeros.

El 28 de enero de 1920 se aprobó un Real Decreto con el siguiente texto: «Con la denominación de Tercios de Extranjeros se creará una unidad militar armada, cuyos efectivos, haberes y reglamento por el que ha de regirse será fijados por el Ministro de la Guerra». Los únicos requisitos que quedaron establecidos para poder alistarse, se fuera español o extranjero, fueron estar «sanos, fuertes y aptos para empuñar las armas».

La inestabilidad política de la época, con sucesivos cambios de gobierno, unidos a diferentes problemas burocráticos retrasaron más de lo previsto la puesta en marcha de los Tercios de Extranjeros. Aun así, Millán Astray continuó trabajando en los mismos y consiguió reclutar para su nueva unidad a un joven oficial que había conseguido establecer una férrea disciplina dentro de los Regulares indígenas (una unidad de choque creada en 1913 por mercenarios moros): el comandante Francisco Franco Bahamonde.

Los Tercios Extranjeros empezaron con un éxito inesperado, tal y como relató el propio Millán Astray en su libro La Legión, publicado en 1923: «Habíamos sufrido un error de cálculo al pensar en los hombres que se habían de presentar. Creíamos que vendrían poco a poco, por grupos de ocho o diez al día, y que luego, con el conocimiento por la propaganda, vendrían más; pero no pensamos en la explosión, y fue que en tres días se habían reunido cuatrocientos. No había que dudar, y se dijo ‘que vengan'».

Según se van incorporando los voluntarios se inicia la instrucción en la denominada posición A2, situada en las proximidades de la ciudad de Ceuta y verdadera cuna de La Legión. La preparación de la tropa es doble, por un lado se adiestra a los voluntarios en el combate y en la instrucción de tiro; por el otro, se insiste intensamente en la disciplina y el orden interno. Para esto último, Millán Astray empezó a crear unas normas morales inspiradas en el bushido de los samuráis que se terminó conociendo como Credo Legionario.

Algunos de los puntos de este Credo Legionario se han hecho tan famosos que son conocidos por un número importante de la ciudadanía, aunque nunca hayan tenido interés alguno por asuntos militares. Es el caso de «El Espíritu de compañerismo: Con el sagrado juramento de no abandonar jamás a un hombre en el campo hasta perecer todos». O de «El Espíritu de unión y socorro: A la voz de ¡A mí La Legión!, sea donde sea, acudirán todos y, con razón o sin ella, defenderán al legionario que pida auxilio».

El 21 de octubre de 1920, un mes y un día después del nacimiento oficial de La Legión (20 de septiembre), se produce la primera Jura de Bandera, utilizando para ello la Enseña Nacional de regimiento Ceuta Nº 60. Unos días después, el 3 de noviembre, la I Bandera se dirige a Uad Lau, en el sector occidental del frente de la denominada Guerra del Rif (1911-1927) o Segunda Guerra de Marruecos. La Legión entraba así por primera vez en combate.

El chapiri y el novio de la muerte

La peculiaridad de La Legión también se encuentra en otros aspectos. Pese a que inicialmente sus componentes entonaban las tradicionales canciones militares que habían aprendido en los regimientos en los que habían prestado servicio anteriormente o aquellos que eran de conocimiento popular, finalmente se acabó imponiendo un himno que Millán Astray conoció de una forma un tanto peculiar.

Y es que el origen de El Novio de la Muerte fue un cuplé escrito por Fidel Prado, que estaba impresionado por las primeras gestas militares de La Legión en Marruecos, y al que puso música Juan Costa. Se estrenó en julio de 1921 en el teatro Vital Aza de Málaga y la interpretación corrió a cargo de Mercedes Fernández, más conocida por el nombre artístico de Lola Montes. La actuación fue un éxito rotundo.

En esa primera interpretación estuvo presente la Duquesa de la Victoria, María Eladia Fernández Espartero y Blanco, sobrina del General Espartero, quien convenció a autores e intérprete para que la representasen en Melilla. Y así se hizo en dos actos los 30 y 31 de julio de 1921, cinco días después de que La Legión se replegase a Melilla para defender la ciudad tras el Desastre de Annual. Millán Astray asistió a aquellas representaciones, encantado con la letra que había escuchado, ordenó que fuera adaptada al estilo musical militar para ser utilizado como himno por La Legión.

Otro ejemplo de singularidad de esta fuerza militar está en su indumentaria. Sobre todo, el chapiri, inspirado en los antiguos gorros que portaban las tropas de la Reina Isabel II. Millán Astray se refirió así a él: «El gorro es el clásico y castizo que usaron los militares españoles luengos años. Tiene un especial atractivo, es gracioso, airoso y muy marcial. Es, desde luego, infinitamente más estético que los botones circulares: Es el que caracteriza a los Legionarios.

De la República a la actualidad

La Legión tardó muy poco tiempo en pasar de convertirse en un experimento a una fuerza militar totalmente consolidada. Sus actuaciones en el norte de África, entre en el desembarco de Alhucemas de 1925 –en él falleció Marcelo Villeval Gaitán, el primer legionario español- hicieron que en 5 de octubre de 1927 recibiera de manos de Alfonso XIII su primera Bandera de combate, teniendo como madrina a la reina Victoria Eugenia.

La unidad fue empleada durante la Segunda República para aplacar los levantamientos armados comunistas contra el Gobierno en Octubre de 1934 en Asturias y Cataluña. Durante la Guerra Civil, La Legión participó en 3.042 acciones de guerra, según expone la propia fuerza militar en su página web, en la que por sus acciones fueron concedidas 7 Cruces Laureadas de San Fernando colectivas, 17 Medallas Militares colectivas, 7 Cruces Laureadas de San Fernando individuales y 155 Medallas Militares individuales.

Acabada la contienda interna, vuelve a su base en el norte de África de la que no se movió hasta 1956, cuando es desplegada en el Sahara Occidental. Este territorio, que según la legalidad internacional está todavía bajo administración española, fue abandonado el 11 de enero de 1976, día en el que embarcaron en el puerto de Villa Cisneros los últimos legionarios.

La Guerra de Yugoslavia en 1992 fue el punto de inflexión para una nueva España democrática que se abría al mundo y cuya influencia se debía plasmar también a través de la denominada diplomacia de Defensa. El 14 de septiembre, el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, aprobó el envío de una misión humanitaria a Bosnia-Herzegovina. El 4 de noviembre, la Agrupación Táctica «Málaga» zarpaba hacia los Balcanes iniciando así la participación de La Legión en las misiones internacionales y de todas las Fuerzas Armadas españolas.

Desde ese momento, los legionarios han participado también en diferentes misiones en Albania (Operación Alba, OSCE), Kosovo (KFOR, OTAN), Macedonia (Operación Cosecha Esencial, OTAN), Irak (Operación I/F, Coalición Multinacional), Afganistán (ISAF, OTAN), República del Congo (Operación Echo-Charlie, Monuc), Líbano (Operación Libre Hidalgo, UNIFIL) y Mali (EUTM Mali, Unión Europea).

En la actualidad, la Legión sigue siendo una de las unidades más destacadas de las Fuerzas Armadas españolas. No en vano, es la punta de lanza de Fuerza 2035, la apuesta del Ejército de Tierra para modernizar la estructura del ejército y de sus unidades, con el objetivo de no quedar obsoletos y estar siempre adaptados a las necesidades de los tiempos en los que se vive. En esta unidad se pruebas desde nuevas formas de organización hasta los blindados 8×8 que deben ser la base en el futuro del Ejército de Tierra.

El Ministerio de Defensa tenía programados un importante número de actos para conmemorar durante este año 2020 el centenario de esta unidad, pero la crisis sanitaria provocada por el coronavirus ha obligado a suspender la gran mayoría de ellos, o reducir de forma considerable los restantes. Como ejemplo de ello, el gran acto previsto para este domingo en Almería, que iba a ser el acto central del centenario, y que el Covid-19 hace que quede en algo casi anecdótico.

** Artículo publicado en Libertad Digital.com **